jueves, 23 de febrero de 2017

AMÉRICA


El amor, como el café,
puede tomarse:
sólo o con alguien.

Puede llegar a ser corto, con menos agua, para tener un sabor más intenso.
O, por el contrario, largo; y que a lo largo -valga la redundancia- sea menos fuerte.

Un café diferente a los demás. Un café para disfrutar de su aroma y de su calor.
Que debe tomarse (o hacerse) en diferentes lugares.
En la cama.
En la cocina.
En cualquier bar.
En la calle.
En el parque.
O incluso en el metro de tu ciudad favorita.

Lo nuestro fue corto, pero muy intenso.
Como el buen café.
Como un clásico en blanco y negro.
Como un derbi.

Te cruzas con cientos de personas al cabo del día y, entre la multitud, algo destaca.
Algo se detiene. Alguien fuera de lo común que te hace volver a mirar.

Ella. Av. América
Estación del gran descubrimiento.
Su sonrisa.
Dos miradas y un viaje que duraron tres cortas estaciones.
Nos quedamos sin vivir el final del invierno.
Llegó tu parada y el tiempo volvió a su ritmo normal, más lento.
Su mueca de tristeza, esa que volvió a mostrar mientras se giraba.

MAMIHLAPINATAPAI
Palabra de los indígenas de la Tierra del fuego y que describe «Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar»

Dicen que hay que saber a quién quieres tener cerca pero, sobre todo, los sitios donde quieres volver.
Madrid.
Ciudad de momentos.
Ciudad de -arte.
Donde todo es posible.

¿Quién sabe, América?


Dedicado a todos esos cafés que no nos hemos llegado a terminar.
Por todas esas miradas mudas.

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