Querida abuela,
Que bonito cuando te escribo, cuando te susurró al oído lo guapa que estás. Tus achuchones de sábado al llegar y de domingo, entre lágrimas, al marchar. Ese olor típico del pueblo al llegar en Navidad, cuando todos ya estaban en casa, y era una sensación más propia del anuncio del Almendro. Ver a los tíos y a los primos, y a vosotros orgullosos de vernos a todos reunidos. Probar tu arroz caldoso de los domingos, acompañado de la gran ensaladilla de la tía, que tanto me gusta. Tus famosas natillas, de lo que yo siempre presumía. Todos reunidos al calor de la lumbre, y yo quemando todo lo que me parecía. Es duro pensar que no todo será como antes. Que hay un muro de Berlín que nos separa de esos momentos, y que por más que nos rebelemos, tu película no se va a rebobinar, pero nosotros siempre nos acordaremos de lo que has sido y significado para nosotros, y eso, es lo importante.
Hoy, te has ido, y hay algo dentro de mí, que se arrepiente de no haberte dicho tantas veces que te quería, de mi darte los besos que no te puedo dar ahora. No me ha dado tiempo a aprobar la oposición para demostrarte que valgo para algo. De que me veas casarme puesto que siempre me preguntabas si tenía amiguita.
Hoy te has ido y no te puedo despedir pero quiero que sepas que aunque no te lo decía tanto como me hubiera gustado, tú y yo, sabíamos que así era. Recuerda, no eres un número más. Eres mi estrella, esa que siempre brillará por nosotros.
Hoy te has ido y no te puedo despedir pero quiero que sepas que aunque no te lo decía tanto como me hubiera gustado, tú y yo, sabíamos que así era. Recuerda, no eres un número más. Eres mi estrella, esa que siempre brillará por nosotros.
Te quiero mucho.
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