Somos coleccionistas de desastres. Que tenemos tantos como canciones, y tan cantados que incluso podríamos cantarlos, a viva voz, en nuestros viajes en coche. Que prefiero uno más a uno menos. Somos de esos que añaden a su piel desastres a modo de tatuaje. Somos aquellas noches de hotel, donde nuestras manos van recorriendo cada una de nuestras cicatrices, y cosiendo aquellas heridas sin cerrar. Somos de los que se lanzan de cabeza, o sin ella, sin paracaídas. Esperando a que la hostia venga, con los brazos abiertos porque más vale estrellarse arriesgando, que vivir sin haber volado. Y yo, sabiendo que lo nuestro iba a ser un desastre, volvería a tropezarme contigo. Una vez más.
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